Ciencias Sociales y Humanas

9 de marzo de 2023

8M: Día internacional de la Mujer. Hemos llamado amor al trabajo gratuito

Escrito por Izabel Solyszko[1]

Este año, nuestra Universidad presenta en conmemoración al Día Internacional de la Mujer, la Cátedra de Género Policarpa titulada ¿Cuidar a quien cuida o transformar la comprensión del papel y la responsabilidad social en torno del cuidado?

La decisión de inaugurar una Cátedra con actividades académicas y culturales con el tema del cuidado no fue aleatoria o meramente temática. Hablar de cuidado es reconocer que los sujetos sociales cuidamos y requerimos cuidado a lo largo de la vida. El cuidado es algo necesario para tornar posible la vida humana y se expresa en miles de actividades que tornan posible la vida misma.

Desde la indagación, el análisis y la reflexión sobre lo más cotidiano y privado llamamos la atención para lo que ha sido históricamente llamado de amor, lo que ha sido invisibilizado y otorgado a las mujeres como rol o supuestamente como su capacidad innata: aquello de cuidar y realizar numerosas tareas que integran el trabajo doméstico no remunerado.

Poner este diálogo en marcha, reconoce el gasto de energía, la carga mental, y el aporte económico de estas actividades cotidianas, casi invisibles, pero sumamente necesarias para que vivamos. En las palabras de Silvia Federici en su libro La Revolución inacabada, el trabajo doméstico no remunerado es un trabajo rutinario, repetitivo que genera “enormes beneficios y que el Estado cosecha gracias a los múltiples servicios que las mujeres proporcionan para el mantenimiento de la fuerza de trabajo nacional”. Karina Batthyány, socióloga y presidente de CLACSO, lleva 30 años investigando sobre el trabajo no remunerado y los cuidados como componente del bienestar social, como un derecho, revelando la carga desigual de trabajo no remunerado y de cuidados que recae sobre las mujeres y las limitaciones importantes que esto supone para el ejercicio de los derechos de nuestra ciudadanía y para el avance en la democracia.

No es secreto las brechas de género existentes en el trabajo dedicado por las mujeres en el hogar. En Colombia, de acuerdo con el DANE en su publicación Mujeres y hombres: brechas de género en Colombia, las mujeres destinan cerca de cuatro horas y seis minutos más a este trabajo que los hombres. Esto significa que alguien posiblemente se despierta más temprano y se acuesta más tarde, que alguien trabaja todos los días de la semana sin descanso en los fines de semana o festivos porque este es un trabajo que no tiene fin, y que este alguien tiene sexo y género, tiene cuerpo y vida asumida como mujer.

Además, es importante observar los indicadores para comprender cuáles son las mujeres que más trabajan en el hogar de manera no remunerada: entender las interseccionalidades y los fenómenos como el desplazamiento forzado y las migraciones que exponen a determinadas mujeres a una condición subalterna y aún más explotada.

En este sentido, es algo inquietante de pensar, como las voces de algunas pioneras que luchaban por el voto en el inicio del siglo XX aún siguen vigentes. En 1918, Alexandra Kollontay, se preguntaba ¿Por qué tiene la mujer trabajadora que continuar con esta pesada carga del trabajo casero, de los quehaceres domésticos? En 1925, Clara Zetkin afirmó que La vida casera de la mujer es un sacrificio diario en miles de detalles mínimos. Ambas denunciaban estas labores como esclavitud y servidumbre. Yo arriesgaría decir que aún hay permanencias en esta explotación sobre el cuerpo de las mujeres en el hogar, que lo que venimos por décadas llamando amor, ya nos enseñaron tantas mujeres, es trabajo gratuito.

Finalizo esta reflexión con un poema de Rosario Castellanos, para evidenciar lo aprendido por las mujeres: ordenar, limpiar, guardar cada cosa en su lugar, y dejar a su rebeldía, la tristeza, los sueños, bien guardados y silenciados para cumplir con el rol de mujer. Sin duda ya avanzamos, estamos en el siglo XXI, pero aún hay mucho más por avanzar.

Economía doméstica

He aquí la regla de oro, el secreto del orden:

Tener un sitio para cada cosa y tener cada cosa en su sitio.

Así arreglé mi casa.

Impecable anaquel el de los libros:

Un apartado para las novelas, otro para el ensayo

y la poesía en todo lo demás.

Si abres una alacena huele a espliego

y no confundirás los manteles de lino

con los que se usan cotidianamente.

Y hay también la vajilla de la gran ocasión

y la otra que se usa, se rompe, se repone y nunca está completa.

La ropa en su cajón correspondiente.

 Y los muebles guardando las distancias

y la composición que los hace armoniosos.

Naturalmente que la superficie

(de lo que sea) está pulida y limpia.

 Y es también natural

Que el polvo no se esconda en los rincones.

Pero hay algunas cosas que provisionalmente coloqué aquí y allá

o que eché en el lugar de los trebejos.

Algunas cosas.

Por ejemplo, un llanto que no se lloró nunca;

una nostalgia de que me distraje,

un dolor, un dolor del que se borró el nombre,

un juramento no cumplido,

un ansia que se desvaneció como el perfume de un frasco mal cerrado y retazos de tiempo perdido en cualquier parte.

Esto me desazona. Siempre digo: mañana… y luego olvido.

Y muestro a las visitas,  orgullosa, una sala en la que resplandece

la regla de oro que me dio mi madre.


[1] Docente-Investigadora. Programa de Trabajo Social. Integrante del Área de Estudios de Familia. Facultad de Ciencias Sociales y Humanas. Coordinadora de la Unidad de Género. Correo: izabel.solyszko@uexternado.edu.co.