María Valencia: “Leer es un viaje”
María Valencia, egresada del Programa de Filosofía que actualmente cursa estudios de posgrado en Francia, reflexiona aquí sobre su experiencia en el Externado y cómo ha afectado ésta su vida posterior:
No recibí de mano de mis profesores el diploma: llegué tarde a la ceremonia de grado. ¿Como Sócrates, quien llegaba tarde a todo? No, no es fácil llegar así de tarde. El diploma lo recibí después, por «la ventana», y como si por la ventana todo fuera posible, recibí con él el afecto de mis profesores y un recuerdo indeleble de mi paso por el Programa de Filosofía de la Universidad Externado de Colombia. Salí con letras invisibles impresas en mi mente, y una voz, es decir, un lenguaje y un tiempo filosófico, que fue cultivado con mucho cuidado desde las primeras clases.
Un día cualquiera, después de un café despreocupado en el centro de Bogotá, y también un poquito amargo, decidí enviar unas letras impresas y una voz, a un centro de investigaciones en filología en Madrid, España. Me respondieron: ¡usted ha ganado una beca! Así que después de una dura despedida de mi familia, tomé un vuelo muy barato el 31 de diciembre y volé al lado de un hombre italiano, a quien, visto su problema sentimental y sobre todo económico por culpa de una barranquillera, y después de escucharlo en bucle durante muchas horas de vuelo, le aconsejé leer los estoicos, a quienes él no conocía; algo empezaba a tener sentido en mí.
Durante los cursos de filología hispánica en el Centro de Investigaciones Científicas CSIC, en Madrid, defendí un español multicultural, filosófico, de libre pensamiento, y después de varias luchas anti-coloniales al interior de mi propia lengua y de la institución, y gracias a mi director de tesis y cómplice español, aprendí que leer es un viaje, y que las letras son tinta y música, que para aprender algo hay que estar muy atentos y ser muy aplicados, y que las culturas y la historia, son siempre complejas e infinitas, que no podemos estigmatizar. Terminado el master cogí el morral de viaje que me acompaña a todos lados, y después de 10 horas desde Madrid en bus, llegué a Marseille, una ciudad mediterránea, es decir, una ciudad europea, africana y del medio oriente, una Francia no-Francia en el que las lenguas se cruzan. Atrás dejé a Sofía, mi compañera de piso portuguesa en Madrid, quien siempre tenia un clavel rojo en casa.
Aquí en Marseille, mi lengua se fue volviendo un francés latinoamericano, de puerto, que camina el pensamiento como se lo enseñaron a hacer los indígenas del Cauca, los maestros de la universidad y los amigos, un francés y un español siempre filosóficos, en los que camino la palabra, y gracias a los que puedo callar, al ver tantas falsas ideas que aún conservamos sobre las culturas, y sus líneas de progreso ilusorias, incompletas, fragmentarias. Ahora hago un segundo master, esta vez en Filosofía estética en la Université d’Aix en Provence, y me dedico a los problemas coloniales y post-coloniales, porque aunque lejos, un fogón indígena me da todavía calor en invierno, me alimenta, y me da agua clara para beber, mientras miro un mar que navegaron los barco griegos siglos atrás, y aún siguen llegando a un puerto mediterráneo.