5 de febrero de 2021
Elogio a la mediocridad
Francisco de Goya y Lucientes – “Todavía estoy aprendiendo” (Aun aprendo)
Lápiz negro, Lápiz litográfico sobre papel verjurado, agrisado, 192x145mm. Hacia 1826.
ELOGIO A LA MEDIOCRIDAD[1]
Jorge Alberto López-Guzmán[2]
lopezg@unicauca.edu.co
Universidad del Cauca
Para mi madre
(quien me ha enseñado a vivir como si todo fuera un milagro)
El miedo y la incertidumbre no se manifiestan de una manera tan lucida como cuando se intenta cuestionar el porqué de nuestros actos; aunque esto sería irrelevante, sino fuera porque determina nuestras ambiciones y deseos.
Ser mediocre es perder la identidad para encajar en la identidad de otro, de ese otro que, por la incapacidad de pensarse así mismo, prefiere representarse en una identidad común sin la capacidad de construir un proyecto de vida propio. El mediocre es indiferente, recrea un parasitismo inocente, no cuestiona las narrativas de la historia y su finalidad es la búsqueda del bienestar y la tranquilidad que impone la novedad, no le interesa las incógnitas y preguntas, prefiere el salvamento de sus ídolos religiosos y políticos, la seguridad que le brindan los dogmas anacrónicos y la confianza que manifiestan los días sin infortunios. Lo más trágico de nuestro tiempo, como lo diría el famoso tango argentino compuesto en 1934 por Enrique Santos Discépolo, Cambalache, —es lo mismo un burro que un gran profesor […] qué falta de respeto, qué atropello a la razón.
Los mediocres se aferran a sus sombras, a sus cadenas, no sienten nostalgia cuando recrean dolor y sufrimiento, lo justifican, lo amparan como parte de su destino, no entienden la importancia de morir a tiempo como lo explica el escritor colombiano Mario Mendoza en una de las fabulosas historias de su texto La Importancia de Morir a Tiempo —hay que dejarse morir tranquilamente. Es la única forma de renacer, de resucitar convertido en otro. A veces, otra identidad ha estado agazapada en la sombra y al fin le llega el momento de nacer, de salir a la luz.
La mediocridad funge una industria de la estupidización, es decir, —sé como los demás son, para poder ser—, por eso la mediocridad se enseña, replica y celebra. El mediocre termina siendo insustancial para gran parte de la sociedad, pero también nocivo para otra gran parte, ya que puede generar decisiones que afectan al cumulo de individuos que se encuentran luchando contra la angustia que significa pensar por sí mismos, los que viven en un estado constante de exaltación, los que disfrutan las minucias del momento, esos que aman sin pedir amor a cambio, los que saborean cada experiencia y la convierten en una anécdota, esos que aprecian los rubores de la realidad y cultivan día a día su capacidad de asombro —como lo enuncia el escritor Alejandro Gaviria en su libro Hoy es Siempre Todavía, citando la historia del escritor estadounidense, George Sauders —en muchas ocasiones la inminencia de la muerte, es la que devuelve las ganas de vivir—, esas ganas que los mediocres han perdido, por el mismo miedo a morir en el intento y comprobar el milagro de estar vivos.
Salir de la mediocridad requiere hacerse cargo de la propia libertad, por eso el mediocre prefiere la comodidad de tomar las decisiones que otros toman por él, antes que encontrarse con la sensación de la indecisión y la desconfianza que recae ante la impotencia de intentar labrar un destino sin la ayuda de otro. Las paradojas de la mediocridad nos llevan a pensar como lo hizo Rubén Darío en su poema Lo Fatal:
Dichoso el árbol que es apenas sensitivo,
y más la piedra dura, porque ésa ya no siente,
pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,
ni mayor pesadumbre que la vida consciente.
Ser, y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,
y el temor de haber sido y un futuro terror…
Y el espanto seguro de estar mañana muerto,
y sufrir por la vida y por la sombra y por
lo que no conocemos y apenas sospechamos,
y la carne que tienta con sus frescos racimos,
y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,
y no saber adónde vamos,
¡ni de dónde venimos!…
Immanuel Kant, escribió en su texto de la Filosofía de la historia, que la minoría de edad de los seres humanos no radica en la falta del entendimiento, sino en la decisión y el valor para servirse con independencia […] si tengo un libro que piensa por mí, un pastor que reemplaza mi conciencia, un medico que dictamina acerca de mi dieta, no necesitaré enforzarme, si por todo puedo pagar, no tengo la necesidad de pensar…estas palabras del filósofo alemán ilustran el temor del mediocre para pensar por sí mismo y librarse del amor a las cadenas —citando las palabras de Zuleta cuando se refiere a las palabras de Fiódor Dostoyevski.
Los mediocres se sienten satisfechos cuando están abrumados de datos insignificantes, hechos tergiversados y letras de canciones populares, Ray Bradbury recrea en Fahrenheit 451, un pasaje que me hace pensar en los mediocres, planteando que los seres humanos entre más atiborrados de información estén, mayor será la sensación de que piensan y serán felices porque los hechos de esta naturaleza no cambian—, es como si vivieran todo el tiempo somnolientos, estimulados sin darse cuenta, como si consumieran soma, esa droga que Aldous Huxley describe en su libro Un Mundo Feliz, esa droga que evita la infelicidad, pero como diría el llamativo personaje El Salvaje, yo lo retomó haciendo un llamado a todos aquellos que no se adaptan a los privilegios de la mediocridad —es preferible los inconvenientes, la poesía, el peligro, la libertad, el pecado, en definitiva el derecho a ser infeliz—, porque es así como se deleita del milagro de estar vivos.