1 de octubre de 2018
El esporádico andar por las fronteras del filosofar, por Juan Pablo Fernández Ballén
“La riqueza del ingrediente territorial a primera mano para comunicarse directamente con los espacios de poblamiento y observar sus dinámicas cotidianas, se me presentó revelándose como una herramienta fundamental…”
Mi experiencia de campo como estudiante de filosofía en este viaje terrestre hasta Puerto Asís en Putumayo determinó un enriquecimiento geográfico que internalicé de diferentes maneras e intensidades. La riqueza del ingrediente territorial a primera mano para comunicarse directamente con los espacios de poblamiento y observar sus dinámicas cotidianas, se me presentó revelándose como una herramienta fundamental, y si no necesaria, para la validación y crítica de los contenidos formativos de las asignaturas universitarias.
Dejando de lado el hecho de que me faltó más previsión instrumental a la hora de abordar las problemáticas filosóficas en interacción con las poblaciones en su particular preocupación territorial, pude verme sumergido en la experiencia de muchos conflictos que escaparon de la captura conceptual y que pasaron inestimados. Por ello son conflictos que podrían configurar lo que en periodismo investigativo, supongo, constituye un misterio por resolver pero contenido en las personas detrás de los recintos y en los habitantes de los mismos espacios problemáticos y de acceso complicado. A primera mano tuve el conflicto de cómo los corpus y saberes académicos me estaban sirviendo en el trato personal y procesamiento ético de la información que me podrían brindar en mitad del breve vínculo de integración. Por otra mano pude palpar las preocupaciones locales de cómo los saberes ancestrales se ponían en práctica en el territorio de manera cotidiana y organizada en una planificación centrada en la conservación simbólica y biológica de los entornos habitados. Hasta qué punto, me pregunté, se exigen e idealizan ciertos parámetros de lo que debe ser o tiene que parecer un indígena para poder garantizar el título autónomo de resguardo o cabildo. También me surgió la sospecha de si los saberes ancestrales se excluían del despliegue determinante del establecimiento y si se generan encubrimientos epistémicos o tecnocráticos para las manipulaciones medidas por el interés cuando se abordan proyectos sin ni siquiera considerar las necesidades y oportunidades ofrecidas por las poblaciones. Sobra decir que medité a fondo sobre la desorganización oficial de los espacios, es decir, cuando se desajustan los dispositivos (como en el caso de la consulta previa, o en la participación de las compensaciones y retribuciones por desplazamiento), siguiendo un propósito sistémico, global y hegemónico de la concentración del poder productivo.
Las experiencias importantes que me dejó este acercamiento geográfico incluyen las siguientes menciones personales. La transmisión in situ de la experiencia geográfica por parte del profesor Camilo Domínguez, que nos acompañó durante el viaje de trabajo. La experiencia indígena por parte del taita Pablo y del taita Gabriel así como la comunidad (mujeres y niños) que nos cartografiaron y enseñaron su habitad de territorializaciones. La experiencia geológica por parte del ingeniero Edgar Torres que nos detalló sobre las formaciones y repercusiones volcánicas en la urbanización de Mocoa. La experiencia interdisciplinar de biología, arquitectura y urbanismo en la mesa con personas de Mocoa y una pasante de la Salle en la charla en el OZIP. La experiencia de reconocimiento con las personas a las que preguntamos en la calle, incluyendo las personas que nos atendieron en restaurantes y hoteles.
Por entonces quedaría de último dar voz a al conductor que nos llevó a cada rincón de trocha que atravesamos, los guías que nos relataron y enseñaron, ya sea los orígenes de la tragedia de Mocoa, como también los biólogos de los parques naturales y de conservación que visitamos. En cuanto a mencionar lo que le faltó a la salida de campo, por la cualidad delicada de la población, sería adecuado que nos acompañaran estudiantes de psicología para abordar de alguna manera anticipada las problemáticas inmediatas del trato humano en la ciudad.
En esta medida, mencionadas ya las experiencias más relevantes, una de las enseñanzas que me quedó de conocer diferentes lugares con distintos climas, suelos y culturas fue que la diversidad botánica sobre el suelo representa una infraestructura vegetal. Este sistema viviente se inscribe dentro de una economía y ecología del territorio, en la medida que existe una dependencia inexorable del hombre a recursos primordiales, como el suelo, el aire, el agua y el alimento. Por ejemplo, ciertas plantas evitan que los lechos de los ríos se desborden y ocasionen tragedias sociales, mientras que otras evitan que la montaña sufra deslizamientos de tierra, otros les provee humedad al aire para que llueva mucho y otras nos da nutrientes y energía.
De la misma manera, otra enseñanza fue que las construcciones que hacen parte de la infraestructura de los espacios humanos son producto, de la misma manera que cualquier artefacto, de una tecnología humana (actual y no necesariamente moderna) que implica, por un lado, mucho trabajo y, por otro, una distribución desigual de este. Por lo tanto, un conflicto tecnológico e infraestructural es patente en estas regiones fronterizas: la edificación de las viviendas afectadas por las avalanchas de sedimentos volcánicos se ha hecho informalmente y sin legalidad. Muchos barrios en la marcha pirata fueron urbanizados de manera barata y corrupta al lado de un río con tendencias de inundación muy poco intervenidas mediante preparaciones preventivas, por lo cual la atención a los damnificados ha sido nula y hasta motivo de rapiñas administrativas. En fin, la inestabilidad regional ha estado acompañado con una política sin prevención del riesgo, sino que rentabiliza la ayuda de damnificados.