16 de abril de 2018
Cine para el pos-conflicto
“Ciro Galindo nació el 29 de agosto de 1952 en Colombia, a donde quiera que ha ido, la guerra lo ha encontrado (…) Tras 20 años de amistad con él, comprendí que la vida de Ciro resume la historia de Colombia”.
Algunos podrían decir, basados en la anterior frase, que la película Ciro y yo, del director colombiano Miguel Salazar, se trata del conflicto visto desde los ojos de un colombiano a quien “le ha tocado la guerra”. Y aunque podrían tener razón en un primer momento, considero que ésta es una visión demasiado simplista y gruesa de su contenido. Las razones de esta afirmación las expondré más adelante.
En cuanto a lo técnico, la película está estructurada a modo de documental, y en este formato se desarrollan, paralelamente, dos líneas de tiempo correspondientes a momentos distintos de la vida de Ciro: una abarca desde el encuentro de Ciro con Miguel Salazar hace 20 años hasta el 2013, y la otra desde el 2013 hasta el 2017.
En la primera línea de tiempo se muestra que Ciro Galindo es un campesino colombiano que vive en el sector de la Serranía de la Macarena muy cerca del famoso “río de los 7 colores”. Tiene una esposa y 3 hijos, y aunque no gozan de gran solvencia económica, parece ser muy feliz. A través de la muerte accidental del primogénito de Ciro, el director de la película y el protagonista entablan una amistad, cuestión que le permitirá seguir de cerca e incluso experimentar en alguna medida, los problemas que se le presentaran. Más tarde en la película aparece el gran enemigo o antagonista,que es la guerra misma en la que se ve involucrado, y que propiciaron todas las partes involucradas: FARC, Estado, Autodefensas. ¿Por qué digo esto? Porque a través de todo el relato y también, de manera puntual, en una frase que pronuncia Ciro, se pone de manifiesto que a él todos los grupos le han hecho daño. Ese gran monstruo que es la guerra mata a su segundo hijo, lo obliga a abandonar la tierra que tanto ama, lo condena a vivir huyendo con amenazas de muerte, le quita a su esposa, y amenazó con quitarle a su ultimo hijo. No obstante, este enemigo no salió de la nada, y a través de una brillante combinación entre memoria e historia, el director logra mostrar el origen de ese antagonista: la mala resolución de un conflicto previo. Pese a las adversidades, el protagonista sigue luchando y finalmente se logra establecer en Bogotá alcanzando cierta estabilidad gracias a los acuerdos del gobierno con los distintos grupos armados.
En la segunda línea de tiempo Ciro trata de volver a su tierra amada, la Serranía de la Macarena, pero ahora se le presenta un enemigo muy distinto: la negligencia y burocracia estatal. Ciro ahora se enfrenta a las grandes filas, a los papeleos, y a las promesas de políticos populistas, pero aun con estas dificultades Ciro logra sobreponerse, regresa a la Serranía de la Macarena en compañía del único hijo que le queda.
No quiero entrar en más detalles sobre la historia, pues el propósito de este escrito no es en ningún momento resumirla. No obstante, considero que hay que resaltar dos aspectos que constituyen, en mi opinión, la fortaleza de esta película: el primero, y más relevante, es la cercanía que hay con el protagonista; la identificación que se puede sentir con su sencillez y manera de ver la vida. El segundo es la relación que el director logra establecer entre las experiencias personales y las situaciones históricas (que sin duda enriquecen la comprensión de un conflicto tan complejo como el colombiano).
En algún momento escuché decir a un estudiante de cine y televisión que la característica fundamental del cine era su capacidad de sacarnos de nuestro contexto e introducirnos en el de su historia, de representarnos un mundo distinto y conectarnos emocionalmente con lo que pasa en la película. En este caso, aunque es interesante la relación entre lo subjetivo y la historia, lo que nos hace conectar con la trama es ver que Ciro es un colombiano, que habla y piensa como personas cercanas a mí (espectador), como mis familiares, conocidos, compañeros de trabajo, de estudio, etc.
Finalmente, en Ciro se encarnan los deseos más simples, pero más nobles y justos que puede tener un ser humano: él no quiere que le den cosas, no quiere riqueza, no quiere reconocimiento, ni poder. Solo quiere tener paz; paz que le permita trabajar (como siempre lo hizo), sostener a su familia, vivir tranquilo y morir cuando sea su turno. De ahí que las escenas de atardeceres llaneros, el rio de los siete colores, Ciro y su hijo Esneider navegando en el rio (escena final); cobren tanto significado.
Además de estos aspectos, hay que resaltar que esta película logra tocar las fibras más sensibles del público. Lo logra no solo por la conexión que se establece con el protagonista, sino por el momento histórico que atraviesa Colombia, pues Ciro nos enseña que pese a todo lo que ha sufrido, él quiere seguir adelante y perdona. Perdona, pero no olvida.
Por estas razones recomiendo está película a todo el que lea este texto, y espero de manera sincera que la puedan disfrutar tanto como yo lo hice.