Ciencias Sociales y Humanas

14 de julio de 2020

ACONTECIMIENTO-PANDEMIA Y VIDA COTIDIANA

Francisco Sierra Gutiérrez, Ph.D.

Como individuos, grupos, culturas, estratos sociales, naciones, estamos experimentando con
infinitos matices este “Acontecimiento-Pandemia” y sus más inmediatas y funestas
consecuencias. Su micro invisibilidad molecular resulta paradójica ante su propagación,
alcance e intensidad global, universalmente poderosa e incontenible por ahora. En nuestras
propios cuerpos y afectos o mediante la información recibida desde distintos lugares del
planeta, atestiguamos su indescifrable inscripción en nuestra vidas.
Es el haber irrumpido de manera sorpresiva, inédita, “anormal” e insospechada con
respecto a otros eventos no tan extraordinarios; el haberse mostrado insólitamente extraña,
amenazadora y mortal; el venirse constituyendo por sustracción o cesación parcial de lo
habido para que solo, quizás, de manera retrospectiva, podamos dar cuenta de ella a partir de
sus consecuencias, lo que nos incita a denominarla un “Acontecimiento”. Sin embargo, por
muy extraordinario, extraño, “anormal” que este sea, no por ello se encuentra por fuera de la
vida cotidiana.
El “Acontecimiento-Pandemia” va logrando romper la supuesta continuidad lineal,
neoliberal y progresiva del tiempo, del enriquecimiento, y va generando distopía, desarraigo,
desterritorialización. Nos viene apartando de toda historia prevista, calculada o programada,
a la par que pone al desnudo nuestra fragilidad, finitud, e inequidad y, no menos, nuestras
aberraciones en las relaciones para con nosotros mismos, con los demás, con los entornos, con
los universos.
El “Acontecimiento-Pandemia” viene desacralizando Estados, instituciones, ciencias,
economías, comercios, políticas, estéticas, creencias, sueños, tecnologías, seguridades
ontológicas, costumbres, culturas, certezas, zonas de confort establecidas. Las tramas más
crueles, violentas e, incluso, más graciosas de estos súbitos cambios en nuestras vidas
cotidianas se acumulan en evidencias y narrativas diversas. Estamos siendo afectados
íntegramente los humanos y todas nuestras relaciones con lo viviente en el planeta.
Adentrarse por estos laberintos se haría interminable en este lugar.
Sin embargo, el impacto fundamental del “Acontecimiento-Pandemia” consiste, a mi
entender, en la cruda reaparición de gran parte de la condición fáctica o finita de nuestra
existencia humana: de un lado, el miedo y la inseguridad radicales que nos ocasionan la
incertidumbre, lo desconocido, lo extraño e inabarcable que es el universo que habitamos; del
otro, la radical desconfianza hacia los demás, presente en nuevas xenofobias y discriminación
hacia quienes están contaminados y amenazan arrastrarnos con ellos, o hacia aquellos prestos
a despojarnos de los ya escasos recursos para nuestra sobrevivencia. Ambas condiciones
originarias han vuelto con fiereza y nos conmocionan radicalmente sin que hayamos logrado
todavía domesticarlas con acierto; su duración y expansión nos atemorizan día a día.
Al romper con la endeble continuidad de muchos de nuestros supuestos, afectos,
hábitos y costumbres de nuestras cotidianidades establecidas, estas condiciones originarias y
radicales de nuestro existir en el mundo nos enseñan que la vida cotidiana es una lucha
permanente por hacer familiar lo extraño, por la vida frente a la muerte, por amaestrar
semejante violencia inédita. De esto podríamos aprender —de una vez por todas—, que la
supuesta seguridad, estabilidad, hospitalidad y relativa libertad de la vida cotidiana ha sido
siempre solo una ganancia muy frágil, tras muchos intentos, esfuerzos, creatividad y conflictos
por hacer habitual y familiar lo extraordinario y amenazador.
Es más, el “Acontecimiento–Pandemia”, por sorprendente que sea, nos está
permitiendo percibir a plena luz ese intrincado nudo de tensiones dinámicas e inextinguibles
que constituye la condición propia de toda vida cotidiana y al cual este pertenece. Lo que
sucede es que nos hemos acostumbrado a hacer invisible la vida cotidiana. La hemos venido
negando o reprimiendo al haberla reducido a lo obvio, lo banal, lo ingenuo, lo rutinario, lo
acostumbrado, lo normal, lo evidente, lo estable, lo ya sabido, lo aburridor, lo repetitivo, lo
seguro, lo habitual, lo que se da ya por supuesto y descontado, lo que no cambia, lo inmediato
que ya está ahí, ahora, afuera y es cierto. Es más, porque erróneamente creemos haberla
podido sustituir con las ciencias, las técnicas, la razón, la filosofía, y no le concedemos valor de
verdad ni realidad objetiva alguna. Porque, equivocadamente, hemos creído que la vida
cotidiana es por completo ingenua y manipulable desde esferas supuestamente superiores e
independientes a ella y, así, hemos ocultado su tensión constitutiva e interminable entre lo
familiar y lo extraño.
Pero, por fortuna existe otra cara distinta. La vida cotidiana constituye un dominio
legítimo, no solo de vida sino de conocimiento y acción humanos. Parafraseando a Heráclito,
aquí también hay verdades y realidades de a puño. La vida cotidiana agencia otros saberes,
prácticas, lógicas, vocabularios, estrategias, tácticas, resistencias. En ella reverbera una gran
imaginación, creatividad, ficción, y recursividad porque la vida cotidiana se ocupa de lo
concreto, lo diferente, lo contradictorio, lo dinámico, lo típico, lo circunstancial, lo cambiante.
Por ello, insisto con Maurice Blanchot en que: “Lo cotidiano es lo más difícil de descubrir”; o,
de inventar, según Michel de Certeau. Y, esto, porque la familiaridad y la costumbre aplanan,
ocultan, o banalizan lo cotidiano reduciéndolo a la mera satisfacción de nuestras necesidades
básicas.
Son propios de la vida cotidiana los procesos espontáneos y auto correctivos de
aprendizaje que se ocupan, nada menos que del trabajo, la cooperación y la supervivencia
humana; de la comunicación, los lenguajes, la comprensión dialógica y conversacional
humana; del poder, como algo que nace de la cooperación y solidaridad en la comunidad y su
autoridad legítima, y no solo del uso de la fuerza de unos sobre y contra otros.
En efecto, no hay vida que no sea cotidiana. Estamos ya inmersos en cotidianidades
distintas, plurales, diferentes; banales o significativas; desgraciadas o felices. Así que no existe
un afuera. Solo saldremos de la vida cotidiana cuando nos muramos. Las Ciencias, el Estado, la
Religión, Las Artes, las Instituciones, etc. son esferas que solo toman una cierta distancia de la
vida cotidiana para construir su autonomía relativa. Con todo, emergen de la cotidianidad y,
de diversas maneras, deben regresar a ella. Indudablemente, esas esferas inciden en la vida
cotidiana y la transforman pero, no menos, esta las desafía, las inquieta, las desmiente una y
otra vez. Así que, plantear una disyuntiva entre ciencia o vida cotidiana es falaz; ambas tienen
sesgos, errores garrafales a la par que aciertos y desarrollos incontestables; se
retroalimentan. Sostener una pretendida superioridad de una sobre otra resultaría fatal.
La vida cotidiana conlleva una “clandestina centralidad” (Rosana Reguillo) y una
“discreta potencia” (Bruce Bégout), siempre y cuando la aprehendamos y vivamos de manera
creativa, crítica y dinámica. Sobre los hombros y en las manos de las personas de sentido
común, en los infinitos micro protagonismos espontáneos y auto-correctivos de la vida
cotidiana, descansan —nada más y nada menos—, que los cambios y la historia entera de los
pueblos (Bernard Lonergan). He allí su indestructible e irremplazable fortaleza.
Ahora bien, insisto con Sócrates en que “una vida que no es sometida a examen, no
vale la pena vivirse”. De ahí que el estudio y auto-apropiación, personal y comunal, de la vida
cotidiana sea tan indispensable, rico, denso, difícil, contingente y falible como ella. No es
posible reducir la vida cotidiana a una definición, a una teoría, o a una sola explicación. La vida
cotidiana es inasible y, no obstante, de muchas maneras parcialmente comprensible. Su
sabiduría es práctica y teñida de infinitos matices. Se condensa en saberes, refranes,
modismos, nuevos hábitos, acciones y prácticas; en espacio-tiempos públicos y privados,
caleidoscópicos, polimórficos, caóticos, o sosegados; en canciones, ritos, modas, comidas; en el
humor, la ironía y la sátira; en el amor, la amistad, la cercanía, el vecindario.
Permítanme una consideración más a partir del consabido refrán: “No hay mal que
dure cien años ni cuerpo que lo resista”. La atención a la cifra diaria de muertes que nos
capturó los primeros días va cediendo el paso a la ansiedad por abandonar todo
confinamiento cuanto antes. Las expresiones ‘nueva normalidad’, ‘reinventarse’, ‘postpandemia’, ‘reconstrucción’, y otras análogas se van volviendo comunes y nos lanzan a
entrever el futuro, a convertirnos en pitonisas ante la bola de cristal.
Con todo, lo único que logro adivinar, si fuera el caso, es que esta legítima
preocupación concibe la temporalidad del modo secuencial: pasado, presente y futuro. Y es
precisamente este esquema temporal el que viene a trastocar el “Acontecimiento-Pandemia”.
Ya no se trata más de escatología ni de teleología exclusivamente; ni solamente de proyectos
lineales a corto o largo plazo. Se trata de la emergencia de otra temporalidad más inmanente,
e inminente, que se constituye en un presente amplio, elástico, activo, operativo desde ahora,
y que se sitúa en el “in-between”. Es un tiempo que opera desde el intermedio entre lo
sucedido y el “todavía no”; desde un pasado activo todavía y lo que está “por venir”, o el
“todavía no estamos allí”; una temporalidad en tensión entre lo que pueda pasar y lo que
efectivamente suceda. Una temporalidad que logra poner en obra, vivir, y salvar desde ahora,
porque decide. No procrastina. Cree, espera y redime solo porque ya actúa en este presente.
Esta temporalidad recoge críticamente la memoria de las víctimas de esta Pandemia y
de la historia, de sus vidas e ideales frustrados (Benjamin; Agamben) y, nos urge a no diseñar
futuros a partir de cero, como si este fuese ya propio, y para nuestro propio y exclusivo
provecho; un futuro que se declina en primera persona plural; no en la primera singular. Nos
urge a un deber de memoria y de olvido (Ricoeur), pero también a ensamblar nuestros actos
creativa y curativamente (Lonergan) para hacer operativa también esa memoria de los otros,
y que transforme el presente desde su interior de manera más sanadora, justa, equitativa y
comunal.
Ahora bien, lo cierto es que tras la explosiva emergencia del “AcontecimientoPandemia” y sus primeras víctimas, viene ahora la parsimoniosa y cotidiana producción de su
verdad (Badiou); pero, sin oráculo alguno que nos explique ni qué está sucediendo, ni qué hay
que hacer o va pasar, ahora o después. Seguimos echando los dados, apostando, serenos o con
afán, en medio del vacío, por así decirlo. Al apostar, nos resistimos a estar hoy condenados o
confinados a ser espectadores espantados, impotentes e inmóviles.
Como en toda apuesta, no hay garantías de nada. Ni de que el capitalismo neoliberal se
vaya a fortalecer, ni de que se vaya a derrumbar, ni de que un nuevo socialismo democrático
vaya a emerger. Tampoco es seguro de que volveremos atrás sin remedio, ni de que
ingresaremos a una mejora significativa e integral de nuestras vidas; ni de que, finalmente, los
pobres serán ricos y los ricos pobres; ni de que, fatalmente, estemos en el apocalipsis.
La verdad del “Acontecimiento-Pandemia” es concomitante e irá emergiendo a su paso
y no, sin dificultad, en muchas dimensiones sensibles, simbólicas, afectivas, económicas,
ontológicas, epistemológicas, éticas, estéticas, políticas, espirituales, amorosas, culturales, etc.,
todas indiscernibles y un tanto invisibles en sus comienzos cotidianos, quizás por
interpretarlas con las claves acostumbradas. Un Acontecimiento como esta pandemia
presente no es un sólido, estático y compacto sino mutante; por ello, abre a muchas
posibilidades, a algunas probabilidades emergentes, y a opciones concretas de distinto tipo de
relaciones, compromisos y acciones, no todos válidos y probados, por supuesto. Y, no por
innovadores o por estar en emergencia, todos igualmente legítimos y efectivos en la vida
cotidiana.
Por lo pronto, se han acelerado las investigaciones inmunológicas, así como la
expansión de medios y redes digitales para múltiples tareas; sin negar nuevos aprendizajes en
la comprensión y control de nuestras emociones, en el lenguaje, en el humor, en la
indumentaria, en los quehaceres del hogar, en la relaciones con los demás, o en el dominio de
las artes y oficios, o en las recursivas tácticas y estrategias de supervivencia ante el desempleo
y la depresión económica.
De todos modos, de la vida cotidiana hemos aprendido que primero se da curso a
variaciones moleculares, individuales, para nada espectaculares (pueden ser solo imaginarias,
ficticias) y que, solo poco a poco estas van acumulando evidencias y eficacia práctica,
igualmente variables, hasta que se van configurando pequeñas secuencias probables de
esquemas de recurrencia más estables pero abiertos, en distribuciones y concentraciones
espacio-temporales más amplias y frecuentes, hasta que quizá, solo de manera retrospectiva y
con el sentimiento de haber llegado tarde, nos percatamos de cómo fueron emergiendo
niveles nuevos de desarrollo e integración más molares o estructurales. Todo esto ha ido
emergiendo de manera auto correctiva, tras varios ensayos y errores, siempre provisionales.
Así que términos tan de moda como ‘reinventarse’ o ‘nueva normalidad’ no pueden
prometer ni asegurar eventos inmediatos, inevitables, fáciles que aparecerán en nuestra vida
cotidiana. Antes bien, implican compromisos, parsimonia, mucha perseverancia, procesos,
conflictos, riesgos, callejones sin salida, idas y venidas hasta que puedan consolidarse, hacerse
relativamente normales y, quizá, normativos. Y, en todos cuentan las deliberaciones y
decisiones responsables individuales en espacio-tiempos locales diferentes; pero, no menos,
la responsabilidad colectiva con la situación, dinámicas sociales de deliberación democrática,
de resistencia, de reconocimiento o de impugnación.
Por otra parte, es propio del “Acontecimiento-Pandemia” no solo el habernos hecho
cambiar el ritmo en nuestras vidas cotidianas, sino que nos ha puesto a tambalear en el borde
de la violencia del desespero y el desespero de la violencia (Weil); o ante los seductores
abismos del totalitarismo y del control panóptico digital de los sobrevivientes. Asimismo, nos
lleva indecisos a los pórticos mismos de acceso a lo mesiánico, a lo sagrado, al misterio e,
incluso, a esa inminente revolución siempre aplazada de los desposeídos y excluidos, o a esta
otra que reclama a gritos el encuentro carnal y amoroso entre los seres humanos, y entre
nosotros y el planeta. Nuestras cotidianidades presentes no son inmunes a estas conmociones
y cantos de sirena y, sin duda, las estamos percibiendo desde ahora.

No obstante, el mundo de la vida cotidiana y su sentido común crítico cuentan, junto
con recursivos e ingeniosos procesos de familiarización de lo extraño, con las fortalezas del
discernimiento (del Kathekón) de lo conveniente, y del actuar prudente en las situaciones y
ocasiones concretas y de manera apropiada (Aristóteles), así como con las tácticas y
estrategias de resiliencia personal y comunal. Al fin y al cabo, cubrirnos la boca y la nariz,
lavarnos bien las manos y apartarnos del tumulto, desde hace muchos siglos, no ha sido una
recomendación producto anacrónico y exclusivo de la epidemiología actual.
Finalmente, quiero dejar en claro que hablar del “Acontecimiento-Pandemia” y su
incidencia en nuestras vidas cotidianas, es también un urgente llamado de atención hacia
otros “Acontecimientos” que se fueron volviendo normales y naturales en nuestras vidas
como los de la violencia sinérgica, la injusticia, el feminicidio, el geronticidio, la inequidad y la
corrupción generalizada. Falsamente estos acontecimientos ya se encuentran domesticados; y
su violencia triste y desconcertante irrumpe día a día con iguales y quizá, más monstruosas
consecuencias en nuestras cotidianidades.-