9 de abril de 2020
Lucero Zamudio, un año de su partida.
Hace un año, pasada la una de la tarde, un velo de tristeza cubrió el ánimo de nuestra facultad. Nos comunicaban que nuestra decana, Lucero Zamudio, acababa de fallecer.
Cuando enfrento la pérdida de personas maravillosas se me ocurre que hay gente que no se debería morir jamás; es como si sintiera que si se van le quedan debiendo al mundo… es como si sintiera que sin ellas, muere algo de la esperanza por tener un planeta mejor. Poder gozar por siempre de la voz de María Callas, de la nostalgia de Van Gogh, del genio de Leonardo… de la alegría de Celia Cruz.
La magia de la gente grande consiste en que sólo requieren de un segundo para tocar el alma de cualquiera. No se necesita ser amigo por décadas, ni recibir discursos o favores; basta con verlas para sentirnos cobijados por un halo especial y magnífico. Lucero tenía esta magia.
Por escribir yo estas líneas ella no sólo se sentiría incómoda sino del todo disgustada. Su entrega a los demás le había llevado a detestar el culto a la personalidad y a considerar superflua toda expresión cuyo fin fuese enaltecer egos. Si hoy escribo estas líneas, es porque lo hago con el corazón agradecido y comprometido con la visión social de mi decana.
Todos nosotros, sin importar sesgos ideológicos, posturas teóricas o preferencias intelectuales, compartimos la idea de que el mundo puede ser un mejor lugar: Uno en donde la pobreza no mate las ilusiones de generaciones de colombianos buenos y corajudos; uno en donde las lágrimas que ha hecho correr la violencia fratricida no empañen la esperanza de un futuro en paz; uno en donde la libertad no sea una utopía negada a los hijos de este suelo que reconocemos poderoso.
Hoy, cuando la humanidad enfrenta uno de sus más grandes retos, nosotros, como facultad, debemos ser conscientes de nuestro lugar en la historia; podemos tomar el camino de la arrogancia ilustrada que pretende explicarlo todo, o en su lugar, decidirnos por la ruta escabrosa, complicada y dolorosa de implicarnos en la consecución de un mundo responsable con el planeta, solidario con el excluido y comprometido con las causas sociales.
Estos días de cuarentena, tan raros y complicados, deben servirnos para ver si nuestros afanes se comparan con la altura de miras y la grandeza de ánimo que las circunstancias reclaman. Así como el virus que nos ataca ha desnudado las miserias sociales del orbe, de igual manera medirá el tamaño de nuestro espíritu según sean los apetitos que busquemos saciar; esto es que como estudiantes debemos redoblar esfuerzos para cumplir compromisos, y como docentes revisar críticamente nuestro papel de educadores de las nuevas generaciones.
Con el recuerdo vivo de Lucero Zamudio, quien dio vida a nuestra facultad, me despido deseándole salud y bienestar para Usted y para aquellos a quienes ama.