14 de diciembre de 2022
La conexión con la naturaleza en Cogua: un litigio entre construcciones epistemológicas.
Por Juan Felipe Fernández Guerrero (reflexión sobre la salida de campo a Cogua, Cundinamarca)
En la experiencia que tuve durante la salida de campo a Cogua, Cundinamarca, tuve la oportunidad de presenciar 2 lugares cuyo acercamiento al territorio, y sobre todo a la naturaleza, son categóricamente distintos al compararse uno con otro. Por un lado, tenemos la ladrillera “OCRE”, cuyo acercamiento se ve profundamente influenciado y fundamentado por una visión occidental, capitalista y religiosa con respecto al territorio y al ser humano; mientras que, por el otro lado, está la reserva natural “Ayllú del río”, el cual es un proyecto guiado por la filosofía andina, la eco filosofía y un sentimiento de identidad coguana del ser humano con el territorio.
Iniciando con la experiencia de la ladrillera “OCRE” pude ver en el recorrido zonas que geográficamente distinguían los ideales del proyecto: desde el comienzo del recorrido con el sitio de bienestar, con las fuentes hídricas recolectadas de agua de lluvia, con la zona de mina como tal y los parches de restauración que llevaban del terreno, con las maquinarias de manufacturación de ladrillos y sus procesos de secado, hasta con las zonas de reforestación y la granja de animales que posee; todo va en pro de una lógica de extracción, diversificación y restauración del territorio como un recurso a merced del ser humano.
El proceso de extracción es entendido desde una visión cristiana y mesiánica, donde el gerente Juan Carlos nos justificaba que, si Dios puso el material dentro de la tierra, está ahí para que nosotros, los humanos, por medio de la técnica lo extrajéramos y lo usáramos a nuestra conveniencia; aquí se expone una visión moderna de dominación de la naturaleza a partir de lo religioso, que da aval a la ladrillera de modificar en un principio el terreno para hacer uso de él.
Luego, el proceso de diversificación es, para mí, el más interesante no sólo de la ladrillera, sino del gerente dueño de la tierra, ya que ese terreno no ha tenido exclusivamente una historia de extracción de arcilla, sino que Juan Carlos había pasado por las industrias ganaderas, agricultoras de cebada, e incluso de cerámica, las cuales no rindieron fruto para él como empresario. Esto demuestra un proceso de resiliencia en la misma actividad extractiva del territorio que Juan Carlos llevó a cabo, donde se reinventó cada vez que veía que no podía entrar satisfactoriamente al mercado con el producto que ofrecía, y esta idea proviene de una concepción profunda capitalista, donde el fin buscado es la acumulación de capital por medio de los medios de producción disponibles, pero en este caso es desde el rol de emprendedor, que a partir de una visión neoliberal, es el que ofrece innovación a partir de un producto que responde ante las necesidades presentadas dentro del sistema social vigente. Además, para seguir con la influencia capitalista de la empresa, es evidente el proceso de subordinación entre Juan Carlos como gerente y sus trabajadores, ya que incluso en palabras de uno de sus trabajadores, esa tierra no sería lo que es si no es por la visión y guía de Juan Carlos en ella; es así también como el gerente es el que busca las condiciones óptimas para que sus trabajadores tengan unos ciclos de producción que no los destruyan, sino que los mantengan y que sientan que es como su “segundo hogar”.
Por último, el proceso de restauración que se tiene del territorio es un pensamiento de atribución que Juan Carlos siente que debe dar al territorio que explota, ya que, si sólo lo utiliza de manera extractiva, luego no habría más territorio de donde sacar provecho. Esto último, aunque muy similar al proceso recíproco de una filosofía un poco más conectada a lo natural, sigue siendo una racionalización del territorio como objeto subordinado a los humanos, lo cual justifica el proceso de transformación que Juan Carlos propone del territorio en su restauración y reforestación.
Sin embargo, la anterior no es la única forma en la que el ser humano se ha acercado a la naturaleza en Cogua, y el señor Pacho junto con su esposa nos lo demostró desde la reserva natural: Ayllú del río. Ambos nos mostraron una forma mucho más bilateral, senti-pensante y mística de relación con el territorio, donde el resultado que se daba tenía solo una forma de expresarse: vida. En este caso, la producción de condiciones materiales humanas no era la misión que se tenía, sino que era integrar al humano con los procesos de producción de vida que la misma naturaleza otorgaba; esto trascendía a las explicaciones racionales y dominantes del territorio como objeto extractivista, y generaban un conocimiento que se entretejía con los otros organismos vivientes que comparten el territorio.
Para lograr este acercamiento, ellos nos introdujeron hacia la filosofía andina que se ha recopilado de las comunidades que antaño vivían en este territorio, y nos guiaron por unos cultivos totalmente diferentes a los que se ven en una finca común; nos mostraron cultivos diversos, pequeños en cantidad, pero con una diversidad sin igual de plantas, cada una con sus sentidos, ya fueran medicinales, gastronómicos o mágicos. Y después, nos enseñaron el proceso de restauración que ellos manejan con las plantas autóctonas del territorio, llevándonos por sus distintos biomas de bosque, de desierto y de páramo que caracterizan al municipio de Cogua. Incluso, gracias a unos ejercicios liderados por ellos, pudimos acercarnos a los biomas “sintiendo” cómo nos respondían y cómo convivíamos con ellos.
En conclusión, gracias a esta salida de campo pude experimentar como filósofo las dinámicas que unas construcciones epistemológicas tienen en la realidad de un territorio, cómo estas configuran la manera en la que el ser humano procede, no sólo con la naturaleza en búsqueda de su posición dentro de este reino y en producción de sus condiciones materiales, sino además en cómo chocan las distintas formas de relación y se convierten en formas de enunciación del ser humano con él mismo. Junto a esto, también pude ver la importancia de un filósofo en las sociedades de hoy en día con problemáticas que se dan en estos choques de visiones como en las injusticias epistémicas, ya que el filósofo procede no sólo como mediador entre estas, sino que al entender los puntos de los que se forman dichas posturas puede crear, formar puentes y sintetizar pensamientos que conlleven a unas formas de relación armoniosas con el ser humano y el mundo.