8 de octubre de 2018
TRAZANDO HUELLAS: LA SALIDA A CAMPO COMO UNA OPORTUNIDAD PARA EL DIALOGO FILOSÓFICO Elizabeth Motta Ramírez
“Resumiendo, la salida de campo reflejó, para mí, que los encuentros con el pensamiento del otro son más ricos si se dan allí donde el pensamiento se “encuentra”: en las calles de los pueblos, en la cerveza con los obreros de las petroleras, con los taitas y gobernadores de los cabildos, es decir en la absoluta publicidad de un pensamiento conjunto…”
Es bueno tener en un viaje una meta hacia la cual dirigirse; en último término, empero, es el viaje mismo lo que importa. Úrsula K.
Las huellas pueden contar el camino no solo de los pies sino también del cuerpo y la mente. Viajar al Putumayo marcó tanto mí camino de vida como el experiencial. Atravesar parte del país muestra un trayecto sinuoso y heterogéneo de personas, situaciones y espacios diversos.
Al salir de Bogotá el frío no era tan fuerte como el de otras mañanas, grandes árboles de un verde como la niebla poblaban el paisaje en mayor cantidad del que suele vérselos en las calles de la ciudad. A medida que bajaba la montaña el calor rápidamente se hizo presente, trayendo consigo un verde distinto, un verde como el del pasto y los mangos sin madurar. Al pasar de los andes en Cundinamarca al Tolima, el Huila y sus valles lejanos de las montañas, la forma en la que viven las personas comienza a verse distinta. El calor se pega en la piel y las botas abochornaban los pies, los valles largos de cultivos, algodón, arroz parecen traer consigo trabajos distintos y los hombres descansan no con tinto sino en los pórticos charlando el calor en pantaloneta.
Cada paso señalaba como, poco a poco, la relación entre el espacio, las condiciones y la gente modifican el habitar y la organización. El frio de Bogotá, la templada Timana, el frio de una selva andina y la increíble humedad y calor de la selva amazónica mostraba desde casas apañuscadas en un edificio, a fincas de hectáreas y casas elevadas en madera para adaptarse a los ríos. Las reservas del cauca, con bellos Ríos turbios, poco a poco se interconectaba con la vegetación densa de la selva del Putumayo. Unos ríos alimentaban y ensanchaban a otros y así atiborrados bajaban tranquilos su camino. Todas estas relaciones me hicieron pensar en el dialogo natural que se da entre lo diverso de la vegetación, de la gente y los poblados. Y es en este punto que sentí la filosofía presente a mi lado.
Pienso el diálogo como un encuentro que no busca ni enfrentar opiniones y argumentos, como ocurre en el debate, ni tampoco como una comunicación exenta de dirección como sucede en una charla. Mas bien, le veo como un hilo conductor que permite la apertura hacia nuevas visiones y perspectivas. El dialogo permite cuestiones de todo tipo, en el ejercicio de un pensamiento grupal, en el que cada aportación aviva la interacción como si de una llama se tratara. Se da así el encuentro con el pensamiento del otro.
Sin duda esta interacción enriquece el pensamiento filosófico y creo que ningún filosofo lo negaría. Creo que el problema que tenemos no es sobre ignorar la importancia, sino el hecho de que hemos monopolizado el encuentro con el otro para grupos sociales que se parecen en gran medida a nuestra forma propia de pensar. Discutimos nuestras posturas con otros filósofos o con personas que cargan una historia experiencial de vida similar a la nuestra, teorizando sobre aquello que nosotros mismos, en muchos casos, no somos quienes lo vivimos.
¿Qué puede decir un filósofo de las organizaciones indígenas Ingas del putumayo, su relación con el espacio, sus procesos de titulación comunitaria de tierras, la convivencia con hermanos Yanaconas y Cofanes? ¿o su sentir de comunidad accidentalmente integrada a una nación llamada Colombia? O, por otra parte, ¿Qué tiene que decir un filósofo de una avalancha que se llevó a medio pueblo? ¿Qué decir de un pueblo en el que las personas lidian cada día con el miedo, pero la persistencia de habitar espacios de alto riesgo o una comunidad históricamente involucrada en la explotación, a la que le cambiaron el oro por el petróleo?
Pocos nos llamarían a hablar, ya bien consideran al filósofo como un ente no activo en su sociedad. Sin embargo, esta salida de campo me ha mostrado (como filosofa) que, por el contrario, por decir hay mucho. Son estas comunidades quienes viven las categorías humanas de las que tiene por analizar la mirada sutil del filósofo. Están traducidas a la vida: la justicia, la moral, la política, la intersubjetividad, la estética, la mujer, etc
Sin duda, volviendo a la discusión sobre el dialogo, en él se conserva, más o menos conscientemente, la vida en la que se presenta el pensamiento y se entrecruzan las ideas. La salida me llevó a pensar que la filosofía no puede venir de un monologo interno o un dialogo teórico con el que piensa similar a mí. La filosofía se debe arrancar desde la raíz misma de la comunidad y de sus problemas como comunidad. Es el diálogo el que nos hila ese camino, la salida de campo, para el filósofo, conlleva el diálogo como una pedagogía de los trazos y las huellas que han de seguirse al reflexionar.
Resumiendo, la salida de campo reflejó, para mí, que los encuentros con el pensamiento del otro son más ricos si se dan allí donde el pensamiento se “encuentra”: en las calles de los pueblos, en la cerveza con los obreros de las petroleras, con los taitas y gobernadores de los cabildos, es decir en la absoluta publicidad de un pensamiento conjunto. Una filosofía que nace discutida nace humanizada y enriquecida por la solidaridad de la sociedad que refleja y de la que se alimenta.